Crisis de Sofía

LES VOY a contar algo que ví el otro día y que no había visto antes. Iba paseando despreocupadamente -aunque con mucha preocupación-, cuando observé que todos los coches aparcados junto a la acera tenían, inserto entre el parabrisas y el cristal delantero, un papelito en el que destacaba -y llamó mi atención- la fotografía de una rubia en bragas y sujetador, debidamente arqueada para producir mayor efecto. Culo respingón, vaya.

Estaba claro. No era una multa, ni un anuncio de un chino o de una telepizza, lo habitual. Era una publicidad de Sofía -española, independiente, 27 años, apartamento privado, hoteles…-, que, sin detalles, pero con dos números de móvil, se ofrecía desde 30 euros, lo cual quiere decir que hablaba de un servicio mínimo, a sofisticar y a abonar en consecuencia.

Pensé en cómo reaccionarían los propietarios de los coches al encontrarse con el papelito -¿tirarlo o guardarlo?-, no digamos si volvían a su automóvil acompañados de sus parejas o esposas, sus hijos, su santa madre, su suegra o, en fin, cualquier variable que al lector se le ocurrirá.

Pensé también en quién había colocado, uno a uno, los papelitos en los coches. ¿Sofía en persona? No creo. Sofía no existe. Existe una organización, y Sofía no es más que una foto extraída de un catálogo de imágenes remoto.

Ahora bien, este coche a coche, que no es un puerta a puerta ni un boca a boca -lo suyo-, ¿no es también un síntoma de la crisis? Es una propaganda imaginativa y barata, que tiene por objetivo que la acción directa sustituya a la publicidad de pago en los periódicos.

En las farolas -pobrecillas-, en las persianas de muchos establecimientos y en los corchos algunos bares, estancos, librerías y otros comercios, vemos pegatinas y otros pequeños carteles en los que se ofrecen empleadas del hogar, cuidadoras de ancianos o de niños, profesores de esto y de lo otro, fontaneros, costureras, informáticos y otros muchos prestatarios de servicios.

Se conoce que la crisis ha llegado a las «sofías», que se echan a la calle, más que nunca -que ya es decir-, para encontrar a su clientela a pie de acera.

Unas miles de fichas de papel delgado quizás sean más baratas que un anuncio por palabras en los periódicos. Es lo que faltaba para la crisis de la prensa escrita, que «Sofía» optara por prescindir de los anuncios por palabras.